El SARS-CoV-2 (severe acute respiratory syndrome coronavirus
2), es un tipo de coronavirus causante de la enfermedad COVID-19.
Los coronavirus forman una gran familia de virus que
provocan infecciones respiratorias en humanos y procesos de gastroenteritis en
algunos animales.
Se han descubierto siete coronavirus relacionados con enfermedades
en humanos:
HCoV-229E. Se descubrió en 1966. Provoca en humanos una
enfermedad respiratoria similar a una gripe.
HCoV-0C43. Se descubrió en 1967. También provoca en humanos
una enfermedad respiratoria similar a una gripe.
SARS-CoV. Originó la epidemia del síndrome respiratorio
agudo grave. Se descubrió en noviembre de 2002, en la provincia de Cantón,
China.
HCoV-NL63. Se identificó en los Países Bajos en 2003, en un
niño con bronquiolitis.
HCoV-HKU1. Se descubrió en 2005 en dos pacientes de la
ciudad china de Hong-Kong.
MERS-CoV. Provoca el síndrome respiratorio de Oriente Medio,
enfermedad infecciosa que se identificó por primera vez en 2012 en Arabia
Saudita.
Y el SARS-CoV-2 que fue detectado por primera vez el 17 de
noviembre de 2019 en la ciudad china de Wuhan.
El 31 de diciembre de 2019, las autoridades de Wuhan
informaron de 27 personas diagnosticadas de síndrome respiratorio agudo grave
de origen desconocido.
El 10 de enero se publicaría el primer genoma secuenciado
del nuevo coronavirus.
Al 29 de enero de 2020 se habían descrito casos en Bangkok, Tailandia;
Tokio, Japón; Seúl, Corea del Sur: Pekín, Shanghái, Guangdong, Hong Kong y
Macao, China; Estados Unidos, Reino Unido, Vietnam, Singapur, Francia y
Alemania. Hasta ese día había provocado 169 muertes, principalmente en Wuhan y
alrededores.
El 13 de febrero se habían notificado 46 997 casos a
nivel mundial y 1339 fallecidos.
El 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud declaró
la pandemia mientras los casos confirmados eran 118 000 en 114 países y los
fallecidos 4 291.
Al 13 de Setiembre de 2020, en Argentina, tenemos 555.537 casos confirmados, 419500 recuperados y 11.352 fallecidos.
Los síntomas iniciales de la infección pueden ir desde asintomáticos
hasta fiebre, tos, estornudos, dolor de garganta y manifestaciones generales
como dolor articular, por lo que el cuadro sería similar al de la gripe.
Un porcentaje menor presentará complicaciones como neumonía
y dificultad respiratoria que pueden conducir a la muerte.
Los más propensos a presentar complicaciones graves son las
personas de más de 60 años y las que padecen enfermedades previas.
El tiempo que transcurre desde que una persona se infecta
por el virus hasta que presenta síntomas, oscila en general entre los 4 y los 7
días.
La transmisión del virus entre humanos es posible a través
de las secreciones respiratorias de las personas infectadas, sobre todo a través
de la tos o el estornudo, donde pequeñas gotas y aerosoles son expulsadas,
también mediante contacto directo con estas secreciones o por objetos
contaminados por las mismas como células de la piel, el pelo, las vestiduras y
las sábanas.
Las investigaciones han demostrado que las superficies
pulidas o no porosas tales como cristales, picaportes, etc. son mejores
transmisores de virus y bacterias que los materiales porosos, por ejemplo, papel
moneda. El motivo es que los materiales porosos, en especial aquellos que
contienen fibras, absorben y atrapan los contaminantes, lo que hace más difícil
contraerlos por un simple toque.
Mientras que el análisis de 22 estudios científicos revelaba que los
coronavirus humanos, como el SARS, el MERS o los HCoV, podrían persistir en
superficies inanimadas como el metal, vidrio o plástico hasta por 9 días.
Un estudio reciente demuestra que las partículas virales de SARS-CoV-2 e IAV que son vehiculizadas por fluidos corporales infecciosos (moco), mediante el estornudo o al toser, pueden sobrevivir en la piel humana unas 9 horas en promedio, con un mínimo de 8 a un máximo de 13 horas.
Y sobre acero inoxidable puede sobrevivir unas 84 horas en promedio, con un mínimo de 54 a un máximo de 120 horas. En vidrio puede sobrevivir unas 86 horas en promedio, con un mínimo de 56 a un máximo de 120 horas. En plástico puede sobrevivir unas 58 horas en promedio, con un mínimo de 38 a un máximo de 82 horas.
Productos y sistemas
usados en desinfección
El SARS-CoV-2 se puede inactivar eficazmente mediante procedimientos de desinfección de superficies con etanol, conocido como alcohol etílico al 80% en 15 segundos, alcohol etílico al 70%, peróxido de hidrógeno al 0,5% o hipoclorito de sodio al 0,1% en 1 minuto o amonio cuaternario al 0.05% en 10 minutos.
Unos productos son apropiados para ciertas superficies o
lugares y otros para otros.
Cloro:
La limpieza a fondo de las superficies con agua y detergente
y la aplicación de desinfectantes de uso común como el hipoclorito de sodio
siguen siendo procedimientos efectivos.
El uso de lavandina con hipoclorito de sodio al 5% en a una dilución de 1: 50, da como resultado una concentración final de 0,1%, que es la necesaria para eliminar el SARS-CoV-2. O, lo que es lo mismo, si tiene lavandina con una concentración de 25 gr/litro de agregar 40 cm3 de lavandina en 960 cm3 de agua.
Amonios cuaternarios:
Los amonios
cuaternarios son compuestos químicos clasificados dentro del grupo
de los tensioactivos catiónicos. Su estructura general comprende una porción
catiónica compuesta por un átomo de nitrógeno unido a cuatro cadenas
alquílicas, siendo la parte funcional de la molécula y un átomo halógeno que es
generalmente cloro.
La capa de lípidos de los virus envueltos los hace sensibles
a la actividad hidrófoba de los amonios cuaternarios que actúan como
detergentes o agentes tensioactivos contra los microorganismos.
Fueron desarrollados en 1916 por Jacobs y
Heidelberg como derivados de la hexametilentetramina y mejorados en 1935
por Domagk, quien propuso que la unión de un grupo alifático al nitrógeno cuaternario mejoraba las propiedades
biocidas del compuesto.
Domagk desarrolló el cloruro de alquil dimetil bencil amonio o, ADBAC o cloruro de
benzalconio, que es considerado como el amonio cuaternario de primera generación.
En la década de
1940, se utilizaban cada vez más como agentes de superficie y desinfectantes. Las
aplicaciones propuestas y reales iban desde la desinfección de utensilios y
cristalería para prevenir la transmisión de enfermedades en restaurantes
públicos y comedores militares, para frenar la infección en entornos
militares y hospitales, en particular para combatir las cepas de bacterias resistentes
a los medicamentos, en la industria láctea para el lavado de ubres y
desinfección de máquinas de ordeño, equipos de procesamiento y pasteurización,
tanques y latas de lácteos utilizados para el transporte de leche.
Posteriormente, la sustitución de un hidrógeno en el anillo
alifático por un grupo etilo, dio origen a la segunda generación de amonios
cuaternarios conocidos como ADEBAC,
cloruro de alquil dimetil etilbencil amonio, sin muy buenos resultados.
En el año 1955 se creó la tercera generación de amonios
cuaternarios con la combinación de ADBAC
y ADEBAC que proporcionaba mejoras en su actividad biocida y detergencia a
la par que disminuía su toxicidad.
Mejoras técnicas en la síntesis química permitieron que, en
el año 1965, se desarrollara la cuarta generación de amonios cuaternarios. Se
trata del cloruro de alquil dimietil
amonio (DDAC) y se caracteriza por una mayor eficacia biocida
respecto a las generaciones anteriores, especialmente evidente en condiciones
de presencia de suciedad orgánica y/o aguas duras.
La quinta generación de amonios cuaternarios la comprenden mezclas
en distintas proporciones de DDAC
y ADBAC para obtener un amplio rango de actuación frente a la
máxima cantidad de microorganismos.
Su naturaleza neutra y su relativa inocuidad hacen de los
amonios cuaternarios un compuesto ideal para la desinfección de superficies y
ambientes. Entre sus principales ventajas encontramos:
Amplio espectro bactericida, fungicida y virucida. Su
mecanismo de actuación, penetrando y rompiendo la membrana citroplasmática,
degradando proteínas y ácidos nucleicos y, finalmente, provocando la lisis
celular, le confiere excelentes propiedades frente a todo tipo de
microorganismos.
Baja corrosividad. No atacan la mayoría de superficies
presentes a nivel industrial e institucional y su manipulación es relativamente
segura comparada con la de otros principios desinfectantes, siempre usando las
medidas de protección pertinentes.
Efectividad incluso en presencia de materia orgánica,
especialmente en el caso de las últimas generaciones de amonios cuaternarios.
Poder residual. Sus características físico-químicas hacen
que, en caso de no ser aclarados, se mantengan sobre las superficies y
conserven durante tiempo su eficacia desinfectante.
Algunos de los inconvenientes que pueden tener son los
siguientes:
Incompatibilidad con tensioactivos aniónicos que dificulta
su formulación conjunta con algunos detergentes.
Baja efectividad frente a microorganismos formadores de
esporas siendo considerados compuestos esporostáticos más que esporocidas. La
pared de los esporulados cuando están en forma vegetativa es poco permeable a
los compuestos cuaternarios lo que dificulta su mecanismo de acción.
Posibilidad de causar fenómenos de resistencia. Aunque no es
común, un uso incorrecto o un trabajo a concentraciones sub-letales puede
provocar la aparición de microorganismos tolerantes que obliguen a aumentar la
dosis y/o combinar distintos tipos de biocidas.
Radiación UV:
El uso de la radiación UV germicida es una intervención
ambiental importante que puede reducir tanto la propagación por contacto como
la transmisión de agentes infecciosos, como bacterias y virus, a través del
aire.
El rango de onda UV-C entre 200 nm y 280 nm, se ha utilizado
con éxito para
desinfectar las superficies contaminadas con el virus del Ébola, por ejemplo.
Cada vez hay más pruebas de que el uso de la UV-C como
complemento de la limpieza manual estándar en los hospitales puede ser eficaz
en la práctica.
Al ser luz, solo actuará en línea recta a las superficies y
cualquier obstrucción que bloquee la radiación dejará zonas que no se desinfectarán.
La radiación ultravioleta-C se ha utilizado con éxito
durante muchos años para la desinfección del agua y se utiliza habitualmente en
los sistemas de ventilación para controlar la formación de biopelículas y
desinfectar el aire.
El espectro ultravioleta se divide en regiones: la UV-A,
definida por la CIE como la radiación en el rango de longitudes de onda entre
315 nm y 400 nm; la UV-B, que es la radiación en el rango de longitudes de onda
entre 280 nm y 315 nm; y la UV-C. que cubre el rango de longitudes de onda
entre 100 nm y 280 nm.
La radiación UV-C del sol es filtrada principalmente por la
atmósfera por lo que las personas no están expuestas naturalmente.
Las radiaciones UV-C no se pueden aplicar en presencia de
personas y ha sido identificada como potencialmente cancerígena.
La UV-C sólo penetra en las capas más externas de la piel y puede
desarrollarse un eritema, similar a una quemadura de sol. La exposición del ojo
a los rayos UV-C puede provocar fotoqueratitis.
La exposición repetida de la piel a UV-C que causan el
eritema puede afectar al sistema inmunológico.
Cabinas o túneles
sanitizantes:
La ANMAT informa que las cabinas sanitizantes o túneles de
desinfección, no se encuentran autorizadas por esta Administración Nacional.
Los productos utilizados por este tipo de mecanismos, son desinfectantes
de superficies que requieren tiempos de contacto variables para ser efectivos.
No están aprobados para ser aplicados sobre las personas,
aún en baja concentración o por tiempo breve, ya que causan efectos irritantes
para la piel y mucosas, reacciones cutáneas, lesiones oculares y afectación del
tracto respiratorio.
Además, aportan una falsa sensación de seguridad en las
personas, conduciendo a que se descuiden las medidas básicas de prevención
establecidas.
Ozono:
Al ser un oxidante potente, el ozono es letal contra la
mayoría de las bacterias y virus que se encuentran en el agua o en superficies
y aerosoles.
El ozono también se ha utilizado con éxito para tratar
varias enfermedades virales como el Ébola y el VIH, hepatitis B y C.
Mediante modelos moleculares, un estudio evaluó la
reactividad del ozono hacia moléculas clave representativas en la estructura
del SARS-CoV-2.
Los resultados muestran que el ozono es capaz de atacar las
proteínas y lípidos de los picos y la envoltura del virus, particularmente los
aminoácidos triptófano, metionina y cisteína, y los ácidos grasos, ácido
araquidónico, ácido linoleico y ácido oleico.
El ozono también ataca a los N-glucopéptidos de las
subunidades de proteína de pico 1 y 2, aunque con menor reactividad.
La alteración de la estructura del SARS-CoV-2 podría
inactivar el virus, lo que sugiere que el ozono podría ser un oxidante eficaz
contra el virus COVID-19.
Si se aplica incorrectamente, el ozono es tóxico y debe
evitarse el contacto con el tracto respiratorio.
La Asociación Internacional del Ozono (IOA) ha recibido
varias consultas sobre la efectividad del ozono para desinfectar el agua y las
superficies para el coronavirus SARS-CoV-2 que causa la enfermedad COVID-19.
Si bien el ozono es altamente eficaz para la inactivación de
muchos virus, el IOA no tiene conocimiento de ninguna investigación con pruebas
concluyentes que se han realizado específicamente sobre el coronavirus
SARS-CoV-2.
A lo mejor la investigación aún no se ha completado y, por
lo tanto, no se pueden sacar conclusiones definitivas sobre la inactivación por
ozono del SARS-CoV-2.
PHMG:
Estamos tratando de obtener mas información sobre el Clorhidrato de Polihexametilen Guanidina que está siendo probado por el Instituto ANLIS-Malbrán.
Fuente: Organización Panamericana de la Salud; Ministerio de Salud de la Nación; Journal of Hospital Infection; Proquimia; American Chemical Society; Centers for Disease Control and Prevention; Commission Internationale de l´Eclairage; Ministerio de Sanidad de España; International Ozone Association; Department of Infectious Diseases, Graduate School of Medical Science, Kyoto Prefectural University of Medicine.